El buffet – bar del Club Huracán

Te atenderán gentilmente, no te esquilmarán en la cuenta, ni te cobrarán peaje, pero quedará bien clarito: ese bar, ese buffet símbolo del club Huracán, es a la vez símbolo de la propia plaza Gómez.
Tres, y a la vez uno solo: la plaza, el club y los artistas. Como una trinidad profana y de arrabal. Y el club se justifica en su mostrador de granito, primo casi hereje del iconico estaño.
Ese combo casi étnico alberga caudillos, historiadores y politicos: Don Carlos Tapia, Don Pepe Ramírez, la ceremonia de amor filial de cada tercer domingo de octubre; el club, siempre ahí… el club; los amores furtivos más intensos cuanto más frondosos los arbustos; y el club, y el club es su bar con su “estaño” de granito.
Las familias enteras del barrio profesaron (profesan) su pasión rojinegra, su club y… su club es su bar con el alto mostrador de granito.
La línea del tiempo podría nacer en los 70. Tradiciones, caballetes y un tablón, vinos imposibles y en el escenario, en equilibrio, otros tablones sobre tambores de aceite con Pedrito Mariano fundido en su bandoneón, pasando de lado alguna relación guaranga (para aquellas épocas) olvidándose el tiempo y un vals o una ranchera duraban la eternidad deseada por los pies y cinturas del pueblo feliz.
Las postales (persistentes algunas) traen la estatua viviente y bonachona de Martín A., Leandrito, los Bruno, Alfredito, Tronco F., el patriarca de la carbonilla don Osvaldo, Juan Sosa y sus silencios, gofo de parroquianos gritones, la penúltima cancha de bochas, cruzando la calle hoy con birras y pizzas y empanadas en el césped de la plaza. Pesebres vivientes y estas tradiciones actuales de palco frente al templo callado y lomitos encebollados, pero siempre el mostrador-altar de granito, deliverys, mesas y sillas blancas.
Los “huelleros de Bolívar llegando frente al viejo molino” no negociarán el Carnet de Identidad, ese club es de ellos y todos los arequeros aplaudimos su fervor de pertenencia.
