¿Por que Areco? Un acertijo eterno

Hubo un momento en la historia en que algún individuo decidió llamar con el nombre Areco al río que atraviesa nuestro pueblo. Indudablemente, la elección de ese nombre (y no de otro) tuvo un por que, una razón; algún significado que se relacionara directamente con las características más básicas de estas tierras, dándole así un sentido verdadero a la palabra.
Entre los contados historiadores de San Antonio existe una gran cantidad de versiones acerca del nombre Areco, término que nos da nombre, y que como tal, debería identificarnos. Curiosamente, tal vez por fama o por simple arbitrariedad, tres de esas historias son las que se mantienen hasta el día de hoy como las candidatas más certeras, consideradas como algo parecido a la historia oficial.
Una de esas versiones indica que el nombre se debe a un oficial español de apellido Areco que, tras ganar varios enfrentamientos contra los indios que habitaban la zona, cayó muerto a orillas del río. Otra de las explicaciones es la que indica a un pez como responsable del nombre. Arekutá es como los aborígenes llamaban a la actual Vieja del Agua, uno de los vertebrados más típicos de nuestro río. Según esta historia, de allí deriva el término Areco.
La tercera versión es la que se relaciona con la planta Areca. Si bien se afirma que cuando los españoles llegaron, en este sector de la provincia no existían árboles sino yuyos altísimos y algún posible ombú, algunos defienden la teoría de que la palma Areca es una especie autóctona que crecía en los márgenes de los bañados en épocas anteriores a la conquista. Ante un rápido repaso histórico, puede notarse que esta es la versión que más se ha popularizado.
El Río Areco, ese paisaje silvestre con flora y fauna rudimentaria que tanto diferencia a nuestra ciudad de las localidades vecinas, no solo es aquel caudal de agua que pasa por debajo del Puente Viejo, o ese río traicionero que ahoga a turistas que lo subestiman. Desde hace muchos años, el Río Areco es también el acertijo sobre nuestra identidad, que aguarda con sus mansas aguas a que algún curioso logre intentar descifrarlo.